La experiencia y pragmatismo de Brunori, de la ONU para Colombia

El politólogo italiano es el nuevo representante del Alto Comisionado de la ONU para DD. HH.

Solicitar mejores maestros, reclamar por la tierra robada, buscar a una vecina desaparecida, denunciar la contaminación de los ríos, protestar por los crímenes sin castigo y cantar rap son algunas de las causas por las que han sido asesinadas más de trescientas personas en los dos últimos años. Una escalada criminal, que arreció el pasado mes de julio y ahora vuelve otra vez en ocho departamentos, concentra el 70 por ciento de las víctimas .

Un informe sobre las actividades de las personas asesinadas, su lugar de origen, así como los grupos a los que pertenecen algunos de los presuntos victimarios, le fue entregado a Alberto Brunori de manera simultánea a su posesión.

Como sucedió en Guatemala, Afganistán, México y Panamá, sus anteriores destinos, en este mismo cargo o en similares, ese primer acercamiento con la dura realidad lo perturbó, ya que es una persona susceptible que decidió dedicar su existencia a la defensa de los derechos humanos.

SorpresasEsa sensibilidad y aguzado ojo, cualidades que ha desarrollado a lo largo de dos décadas de trabajo en la defensa de los derechos fundamentales, se reflejaron en su primera columna de prensa, publicada en este diario, que título ‘No son números, son vidas humanas y libertades que se pierden’. Su lectura de la crisis humanitaria nacional se concentra en las repercusiones de estos crímenes y en combatir la impunidad.

Si bien la cantidad de vidas segadas lo escandaliza, anota que el hecho de que una sola persona sea asesinada es un drama que rebasa el ámbito familiar para convertirse en tragedia irreparable para los miembros de su comunidad, que se aterrorizan y se inmovilizan; que pierden todo interés en remediar situaciones inequitativas; en reclamar por las injusticias y en levantarse para buscar mejorar sus condiciones personales y las de sus vecinos.

“Reducir el problema de los ataques a la contabilización de homicidios de ciertas personas no solo afecta la manera como se entiende el problema, sino que condiciona la concepción de las soluciones que se ofrecen; por ejemplo, centrando la atención sobre la protección física de personas y no sobre la generación de garantías más robustas que permitan el ejercicio de libertades en los distintos rincones del país (…) La impunidad demuestra la incapacidad o, en varios casos, la falta de voluntad de castigar los ataques (…) y refuerza los intereses de quienes promueven el silenciamiento”. Son apartes de esa columna.

A partir de ese momento, su voz, su pluma y su figura comenzaron a ser conocidos por fuera del circuito de los especialistas y militantes de la causa de los derechos humanos. Concentró sus esfuerzos en unirse a cientos de personas que, desde distintos escenarios, gritaron muy alto: BASTA. 

“De una oficina como la nuestra se espera que se enciendan luces, que se oiga nuestra voz. Las víctimas confían que quienes las comprendemos hablemos por ellas, las apoyemos de manera efectiva. Es un respaldo que los ayuda a articularse, a reunirse, a demandar justicia. Mi forma de hablar es bastante franca. Trato de no ser muy técnico en mi discurso. Este es un país altamente mediático, por eso recurro a los medios, para que mi mensaje se replique”.

“Repito que no será fácil. Sobre todo, en esta etapa en la que se confunde lo que es defensa de los derechos humanos. Estamos ante un revoltijo que es bueno ir aclarando”

Contratiempos

Por un historial en donde crímenes, desapariciones, torturas, chuzadas, seguimientos, robos de información y demás violaciones a los derechos humanos son cotidianos fue que se abrió la Oficina del Alto Comisionado, y Colombia se ha convertido, en las últimas décadas, en una escuela para los organismos internacionales de derechos humanos. Muchos de los especialistas en el tema nos visitan de manera asidua, y otros quieren trabajar aquí. 

“Algunos proyectos piloto desarrollados en oficinas del área provienen de este país. Cuando finalizó el proceso de paz que acababa con el último conflicto armado del continente, Colombia se volvió aún más interesante. Era un honor venir a trabajar aquí. Así que apliqué; siendo representante en Panamá, me llamaron de Ginebra y me seleccionaron”.

No fue expedita su llegada como nuevo representante. Al comienzo le dieron una acreditación temporal hasta octubre, imposible de aceptar porque no podía trasladarse con su familia por tan solo seis meses. Y, de otro lado, intervenir de manera adecuada una problemática tan compleja en un semestre era inviable.

“Trabajar en derechos humanos es difícil. Nunca llegas a un país buscando hacer muchos amigos, y para trabajar bien tiene que haber voluntad del Estado. Deben darte, al menos, un recibimiento respetuoso. Como mi idea no era la de imponerme, expuse mis argumentos y esperé”.

Finalmente, la Ministra de Relaciones Exteriores expidió su acreditación hasta el 2021. La Oficina tiene mandato hasta octubre del 2019, pero puede prorrogarse, como de hecho ha venido sucediendo cada tres años.

La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos se abrió en el país en 1997, siendo la primera representante la española Almudena Mazarrasa, quien tuvo el cargo dos años, con un equipo de unos veinte funcionarios, y el que ha cumplido el período más largo –seis años–, el último, fue el norteamericano Todd Howland, quien se despidió en mayo de este año con un informe muy crítico.

Hoy son alrededor de 150 funcionarios, algunos internacionales, que trabajan en once seccionales en varias regiones del país, en la medida en que la situación de derechos humanos ha pasado de mala a pésima o a vergonzosa, como la calificó Kate Gilmore, comisionada adjunta de la ONU, en entrevista en Ginebra con Eduard Soto, en EL TIEMPO del 16 de mayo de este año, cuando dijo: “… Todos los que estamos involucrados en la implementación de los acuerdos deberíamos estar avergonzados por las muertes de las que hemos sido testigos”.

Alberto Brunori leyó con atención las declaraciones de la señora Gilmore, como de seguro también lo hizo la próxima alta comisionada a partir del primero de septiembre, Michelle Bachelet, expresidenta chilena que se convertirá en la primera mujer del área en ocupar esta alta posición.

Mujeres empoderadas y con ascendiente en sus trabajos no le son ajenas a Brunori. Creció en un hogar donde su madre, a finales de la II Guerra Mundial, fue una de las pocas mujeres en estudiar medicina y ejercerla de tiempo completo en el hospital de su pueblo natal.
Orígenes“Nací en Liborno, ciudad de mar. Me eduqué en Pisa. Provengo de una familia de médicos: mi madre es ginecóloga; mi padre, mi hermana y cuñado son médicos de diversas especialidades. En las sobremesas familiares, invariablemente, el tema preferido era la enfermedad. Preferí ser disidente porque bastaba que hablaran de sangre para que me fastidiara, y quería, como muchos de los jóvenes de mi generación, poner mi grano de arena para hacer del mundo hostil un lugar más placentero. Pensé que la mejor forma era protegiendo los derechos de los demás.”

“Antes se moría por luchar contra el Estado y ahora muchos mueren por defender que se cumplan las políticas del Estado”

Retos

Ese es un retazo de su historia.

Su llegada coincide con la del presidente y su nuevo equipo. Al respecto dice: “Con el cambio de gobierno se puede construir una agenda nueva, mejor o peor no se sabe, pero distinta. La Oficina fue exitosa con el anterior gobierno, aunque siempre crítica. El reto que tengo es adecuarla a las nuevas exigencias.

“En términos generales, llevamos a cabo dos funciones: la primera, que me parece la más linda pero a la vez la más dura, es la de recibir denuncias. La segunda, apoyar a esas personas o colectivos para reclamar justicia. También asesoramos y acompañamos a los integrantes de la Unidad de Búsqueda de Personas, a los de la Comisión de la Verdad, a la JEP. Orientamos a las comunidades en casos emblemáticos. No somos un ente de investigación. Esa labor le corresponde a la Fiscalía”. 

Algunas voces reclaman acciones más concretas de estas representaciones internacionales, como, por ejemplo, el periodista español Antonio Albiñana, columnista de este periódico, que el 8 de julio escribió: “… En estos momentos de crisis de gestión y representatividad, lo que hace la ONU se reduce a emitir ‘recomendaciones’, a actuar cuando las guerras ya han terminado, como garantes de la gestión de la paz, como sucede en Colombia, siempre en una actitud defensiva y de observación.”

Al respecto Brunori responde: “Que tenemos fallas, claro. Pero, por ejemplo, estoy muy orgulloso del Protocolo sobre la Protesta Social, que aprobó el Ministerio del Interior, que se construyó en la Oficina con sectores de la sociedad civil y que esperamos sea acogido por el nuevo gobierno. Puede gustar o no, pero tiene efectos prácticos relevantes”.

Presentaciones

Se ha reunido, dos veces, con el nuevo canciller, y la vicepresidenta lo visitó en la Oficina. A ella le dijo: “Permítanme ser socios críticos y no amigos complacientes”. Ella le respondió: “Seamos amigos críticos”. Acercamientos que indican que estos nuevos representantes del Ejecutivo están interesados en que el área de los derechos humanos siga contando con este buen respaldo de la comunidad internacional. 

“Repito que no será fácil. Sobre todo, en esta etapa en la que se confunde lo que es defensa de los derechos humanos. Estamos ante un revoltijo que es bueno ir aclarando. Antes se moría por luchar contra el Estado y ahora muchos mueren por defender que se cumplan las políticas del Estado”, reflexiona Brunori.

Y continúa. “En Tumaco, el primer municipio que visité, un líder me dijo que estaba cansado de actuar como tal y me aseguró que antes (de firmar el acuerdo de paz) se vivía mejor. Él preciso que el problema ahora es que no se sabe quién es quién. No se conoce a quién tienes alrededor. No hay confianza. Y lo entendí. En poblaciones pequeñas como esta es imposible que ni las autoridades municipales ni las militares y de policía (que son bastantes) no sepan quiénes son los victimarios”.

En algunos lugares, los azotados por el mayor número de crímenes, todos saben quiénes son los agresores y los reconocen, pero no se atreven a decirlo. Por eso, uno de los proyectos en marcha al que el representante del Alto Comisionado le dará gran impulso es el de trabajar con la Fiscalía para identificar patrones criminales que lleven a conocer y a judicializar a quienes están detrás de los crímenes. Trabajo que deberá responder la pregunta de ¿quién los está matando?, como tituló la revista Semana, el mes pasado, un informe especial sobre la brutal matanza contra las y los líderes sociales.

Brunori remata esta charla diciendo: “Si bien ha bajado la intensidad de la escala criminal, el impacto que tiene cada muerte en esta fase de posconflicto es muy grave”.

Y esa gravedad es la que hace que este italiano que le encanta bailar salsa y merengue que aprendió en Centroamérica, que se viste con el buen gusto de algunos de sus coterráneos, frunza el ceño más de la cuenta y se desespere con tanta tristeza y melancolía de quienes la están pasando tan mal.

MYRIAM BAUTISTA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
https://www.eltiempo.com/politica/gobierno/entrevista-al-representante-de-la-onu-para-derechos-humanos-en-colombia-261948

Naciones Unidas, Derechos Humanos, Oficina del alto comisionado, Colombia

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