En este Día de los Derechos Humanos reafirmamos que vivir libres de carencias es un derecho, y no simplemente un problema de compasión. Luchar contra la pobreza es un deber que obliga a los gobernantes tanto como la obligación de garantizar que todas las personas puedan expresarse libremente, elegir a sus líderes y practicar sus credos como quiera que sus conciencias les dicten.
Todos los países, independientemente de su riqueza nacional, pueden adoptar medidas inmediatas para luchar contra la pobreza, basadas en los derechos humanos. Poner fin a la discriminación, por ejemplo, permite en muchos casos eliminar las barreras de acceso a un trabajo digno y les permite a las mujeres y a las minorías tener acceso a servicios esenciales. Mejorar la distribución de los recursos colectivos y fortalecer el buen gobierno a través de la lucha contra la corrupción y la garantía del Estado de Derecho, son medidas que están al alcance de todos los Estados.
Así como los Estados tienen la responsabilidad primaria frente a su propio desarrollo, la comunidad internacional también debe cumplir los compromisos que ha adquirido para apoyar los esfuerzos de los países en desarrollo. Muchos países ricos aún tienen el reto de cumplir las metas de ayuda al desarrollo con las que se han comprometido, y sin embargo continúan invirtiendo diez veces más en presupuestos militares. Al mismo tiempo, gastan cerca de cuatro veces su presupuesto de ayuda al desarrollo –suma casi igual al total del producto nacional bruto de los países africanos- en subsidios para sus propios productores agrícolas. La indiferencia y las visiones estrechas de los intereses nacionales por parte de los países prósperos obstaculizan los derechos humanos y el desarrollo de una manera tan nociva como la discriminación a nivel local.
En la Cumbre Mundial del año 2005, los líderes del mundo reconocieron que el desarrollo, la paz, la seguridad y los derechos humanos se refuerzan de manera recíproca. En un mundo en donde una de cada siete personas continúa padeciendo de hambre crónica y en donde las desigualdades dentro y entre los países crecen, nuestra capacidad de alcanzar los objetivos que la Cumbre reafirmó con el fin de “convertir la pobreza en historia” seguirá seriamente cuestionada, si no enfrentamos la pobreza como un problema de justicia y derechos humanos.